"Guardiola solamente tiene un defecto, que no es valencianista". Con esta frase, no sé si a sabiendas o de pura casualidad, pero Unai Emery ha conseguido repescar toda la confianza perdida o que, quizá nunca llegó a tener. Confianza de la de verdad, de la de grada, gorro y bufanda, porque el fútbol, no nos equivoquemos, es eso, bufanda, gorro y camiseta, en ocasiones hasta cara pintada.
El fútbol, tal y como lo conocemos hoy, es un negocio montado de tal modo que se pretende que la afición, la que va al campo, no pinte nada y eso, a todas luces, es un error de bulto. El fútbol no es racional, no pretende serlo y seguramente quien lo pretenda se topará de bruces con la realidad: el fútbol es pasión.
En este sentido y alejándose del plano racional, el entrenador del VCF debe serlo y parecerlo. Así que, desde luego que da un paso adelante en el momento en que muy serio y consciente de lo que que está diciendo y de las consecuencias de ello, afirma que "ganarle al Barça es una posibilidad, que no sería ninguna sorpresa". Este es el mensaje, esto es el fútbol, éste el entrenador del Valencia.
Ante esta actitud, la que lleva de pasar a ser un entrenador que trabaja en Valencia a ser el entrenador del VCF, caben dos caminos, el que genera debate y el que cierra filas en torno a su figura y por extensión en torno al equipo.
Unai ha cambiado, lo hizo en el momento en que firmó su renovación con el VCF y decidió aplicar aquello de "de perdidos al río" y comenzó a ser él mismo, a tomar decisiones difíciles y a asumir sus errores, dejando de asumir los errores de otros.
Unai ha dado en la clave, ha descubierto el misterio, pese a lo que pueda parecer, Guardiola no es, evidentemente perfecto, tiene un defecto: no es valencianista.
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